Cuaresma 2021″La Cuaresma llama con urgencia tu vida»

Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más, en la Cuaresma de este año 2021 oiremos en la Iglesia la voz que nos invitará a la conversión. Como Jesús, ella proclamará: “El Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el Evangelio“ (Mc. 1,15). Convertirse significa, en efecto, fundamentalmente volverse a Dios en la fe y en la caridad. Significa también hacer del amor la norma central de la vida cristiana y de nuestras relaciones con los hombres y mujeres de hoy, nuestros hermanos. La conversión cristiana no se reduce a un cambio de actitudes o a una reforma de nuestras costumbres y comportamientos, a un maquillaje carnavalesco-religioso sino a una revisión seria y gozosa para interrogarnos sobre nuestra adhesión a Cristo, a su Evangelio y a su Iglesia.
Comienza la Cuaresma cuando las personas abrimos nuestro corazón a Dios, creemos en la salvación que se nos ofrece y dejamos que su gracia configure toda nuestra vida personal y comunitaria. Podemos tener como telón de fondo en este tiempo cuaresmal las palabras del profeta Joel: “rasgad los corazones y no las vestiduras “ (Jl. 2, 12-18). No es la conversión un pequeño “ remiendo “ (Mc. 2, 21), sino una línea que atraviesa y hiere los intereses orientados a nosotros mismos y apunta a una revisión concreta de nuestra vida, a una confrontación de mi vida con el Evangelio de Jesucristo. Tiempo litúrgico para mirar nuestra “alma” y encontrarnos:
1. A Dios vivo , Jesucristo, como Padre y Amigo, que sale todos los días a mi encuentro, me rodea con sus brazos, no pregunta por mi pasado, no quiere mi humillación, me da un traje nuevo y unas nuevas sandalias, ordena poner otro cubierto en la mesa familiar y dice simplemente: “ celebremos un banquete de fiesta “ (Lc. 15, 11-24 ). Se interesa más por mi futuro que por mis pecados de ayer, mira siempre adelante y nunca atrás. Confesar el propio pecado a Alguien que nos ama no es vergonzoso ni humillante, sino fuente de nueva libertad. Él nos busca como Padre y Creador por nuestro propio nombre para que salgamos de nuestra desnudez y nos encontremos con la verdad de Su gran amor (Gn. 3, 8-10).
2. Con los demás no como extraños y lejanos, sino cercanos y compañeros de tiempo e historia, hijos del mismo Dios y hermanos por derecho. Encontrar a los demás implica vivir el diálogo profundo del amor, es sentir al otro en la mesa de mi vida y hacerle miembro de “mi casa”.
3. Es encontrarme a mí mismo, que quizás a veces estoy un poco desconcertado como necesitando saber de nuevo quién soy y a dónde voy. Que el Señor me reconcilie conmigo mismo. Que su ternura me devuelva la confianza en mí y me haga existir a mis propios ojos. No puedo encontrar y querer a los demás, si ni siquiera me encuentro y me quiero a mí mismo. Que el Señor me ayude a aceptar mi pobreza, mis limitaciones y, sin embargo, llamado a superarme siempre. Que este tiempo me impulse bajo la luz de la mirada de Dios, el impulso de Su Espíritu y la fuerza de su Palabra a reemprender el camino con gratitud por el ayer, con pasión por el presente y con confianza por el futuro. La conversión es inseparable de penitencia y del sufrimiento espiritual, experimentado por quien es conocedor del propio pecado. Ante los nuevos desafíos que han asomado en el horizonte de nuestra historia por una palabra llamada coronavirus, Dios y el hombre tienen que encontrarse para recorrer juntos el camino de nuestro tiempo. Que María, la Madre del Señor, que supo creer y esperar, a pesar de los interrogantes que surgían en su corazón (Lc. 1, 26-38). Puede ser, en estos tiempos difíciles para la fe, nuestro mejor modelo y guía para escuchar la Palabra de Dios y acogerla en nuestro corazón bajo el impulso del Espíritu Santo.

Con mi afecto y bendición vuestro Padre Rolando