Adviento 2021

 

 

 

 

 

 

 

Queridos fieles en Jesucristo bajo la mirada de nuestra Madre del Carmen:

Deseo que este tiempo del Adviento sea para todos un momento privilegiado, para celebrar y vivir el Evangelio de la Esperanza con audacia y optimismo en medio de las luces y sombras de nuestro mundo. La esperanza nos estimula a seguir caminando tras las huellas del Señor, junto a tantos hermanos y hermanas que buscan, como nosotros, “un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia…” (2° Pe 3,13). La esperanza cristiana se funda en la certeza de que Dios es fiel y no abandona a su pueblo y cumple sus promesas. Más aún, reconoce que en Jesucristo, el Señor de la historia, ha comenzado una historia nueva en que la muerte ha sido vencida y por ello ya no hay lugar para el pecado, el dolor y la injusticia (Hb 6,19-20). Así la esperanza cristiana nos estimula a no desalentarnos ante los retos y dificultades, a ser testigos de esperanza con una vida más evangélica y a buscar una vida más digna para todos, a luchar por la cultura de la vida. Para nosotros la esperanza tiene un nombre: JESUCRISTO, el Señor, “esperanza de la gloria” (Col 1,27). Con San Pablo, nos preguntamos: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?, ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?… “ y también con San Pablo, nos respondemos: “ tengo la certeza de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor…” (Rm 8, 31, 38,39).

Este tiempo litúrgico nos urge “en novedad” a revivir el imperativo de las palabras del evangelista: “Estad atentos y vigilad “ ( Mc 13,33 ). Atentos ante una sociedad fría donde, al parecer, Dios ya no interesa. Vigilantes ante un mundo donde corremos el riesgo de pasarnos la vida entera embotados y adormecidos por mil intereses accidentales, extraños a nuestro ser, incapaces de despertarnos el sentido más profundo de nuestra vida. Vigilantes para abrirnos con humildad y coraje al misterio del Dios encarnado. Sólo Dios acogido de forma responsable en el fondo del corazón y firme esperanza como Isaías, puede transformar nuestras vidas y hacernos capaces de afrontar las inseguridades y miedos, de conocer la belleza, contemplar al otro, escuchar el grito del sufriente y ver más allá de nuestros intereses. Atentos para despojar nuestro ser de todo obstáculo que impida ver el rostro de Dios encarnado, viviendo así la verdadera conversión proclamada por el bautista y asumiendo la vida de manera más responsable. Vigilantes para abrir nuestro corazón a Dios con la misma docilidad de María, haciendo de nuestra vida “hágase en mí según tu palabra”. Desde estas realidades podemos acercarnos, un año más a la Cueva del amor y descubrir que Navidad es:

– Una revelación de quién es Dios, una revelación escandalosa y feliz (Lc 2,11)

– Una revelación de quién es el hombre, una revelación de esperanza (2° Cor 8,9). En ese Niño la aventura humana se llena de esperanza.

– Una revelación de la fuerza salvadora de Dios, una revelación desconcertante y provocadora. Nos ha salvado desde la Cueva y desde la Cruz (Hbr 2,18).

Que el Emmanuel se encuentre en este “hoy” con cada uno de nosotros. Que encuentre en nosotros la apertura al Espíritu y la disponibilidad que encontró en María.

Un saludo afectuoso de vuestro hermano en Cristo

Padre Rolando